El Hundimiento

La semana pasada fui a ver El Hundimiento de Olivier Hirschbiegel, la película que narra los últimos días de vida tanto de Hitler como del Tercer Reich alemán, que desapareció definitivamente una semana después de la muerte del dictador.

Quería ver esta película por su nominación al Oscar y para comprobar si la polémica que se ha creado en Alemania, donde ha sido vista por 5 millones de personas en 5 meses y ha levantado ampollas, era justificada o no.

Y ahora que la he visto entiendo todo el revuelo que se ha montado, porque en más de una ocasión mientras estuve viendo la película pensé «pobre hombre» al ver a Hitler. Parece mentira que uno pueda decir algo así del individuo que sumió en la guerra a toda Europa y que acabó con la vida de millones de personas, pero es lo que consigue esta película en la que vemos los últimos días del dictador, afectado de parkinson y absolutamente loco y desquiciado, confiando en la victoria y nombrando generales para defender Berlín casi hasta el último suspiro de vida.

Supongo que el hecho de sentir pena e incluso compasión por el personaje interpretado por un genial Bruno Ganz es lo que ha indignado a la gente. Personalmente no creo que sea para indignarse ni para crucificar al director por mostrar el lado humano de Hitler, al contrario, ver ese lado convierte al monstruo en una persona real y no en un ser maligno de otro mundo, y nos tendría que poner en alerta ante la posiblidad de que pudieran surgir otros como él. Además, estoy convencido que nadie después de ver esta película saldrá del cine con una idea diferente de la que tenía de Adolf Hitler.

La película dura casi 3 horas y la verdad es que se hace algo larga. Al final uno acaba saturado de disparos en la boca, disparos en la sien y venenos varios. Lo mejor de la película es la interpretación de Bruno Ganz. Físicamente se ve la diferencia entre Hitler y él, pero consigue que te olvides de ello a los pocos minutos. No he visto muchas películas de Ganz, de hecho que yo recuerde solo he visto una más del año 77, y la verdad sorprende mucho ver al amable enmarcador de cuadros de El amigo americano de Wim Wenders, convertido nada más y nada menos que en un dictador asesino.