Los derechos de los robots

Qué derechos tendrán los robots cuando sean casi seres humanos?

En la actualidad, esta pregunta tiene fácil respuesta: no tienen derechos. Esto es porque la tecnología actual no es capaz de crear robots con apariencia, reacciones y sentimientos totalmente humanos. Pero, qué pasará cuando eso sea posible? En un futuro no muy lejano, cuando la diferencia entre un robot y un ser humano sea la cantidad de tejido orgánico que contiene uno u otro, como podremos negarle por ejemplo, que tengan derecho a voto o a propiedad privada?

Esto aun queda lejos, pero con robots como el ASIMO de HONDA, el primer robot humanoide comercial, cada vez parece más cercana la época en que viviremos entre robots y quien sabe, casi sin darnos cuenta.

El ASIMO de HONDA, coge su nombre de las siglas en inglés Advanced Step in Innovative Mobility, pero también le debe algo a Isaac Asimov. Este robot, de 1’22 m de alto y 43 Kg de peso tiene aspecto humanoide, puede caminar, sube escaleras, reconoce voces y entiende los movimientos y gestos humanos. En la actualidad, el robot se usa como una herramienta publicitaria y de momento solo está disponible en modalidad de alquiler y su precio por año es aproximadamente de 160.000 euros.

En 1950 Isaac Asimov en su libro Yo, Robot, planteó por primera vez las Leyes Fundamentales de la Robótica que son:

  • Primera Ley. Un robot no puede hacer daño a un ser humano, o, por medio de la inacción, permitir que un ser humano sea lesionado.
  • Segunda Ley. Un robot debe obedecer las órdenes recibidas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la Primera Ley
  • Tercera Ley. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no sea incompatible con la Primera y la Segunda Ley.

El mismo Asimov, exponía este tema en El Hombre del Bicentenario, tal como podemos ver en este extracto:

-Amanda Laura Martin Charney puede acercarse al estrado.

-Gracias, señoría. No soy abogada y no sé hablar con propiedad, pero espero que todos presten atención al significado e ignoren las palabras. Comprendamos qué significa ser libre en el caso de Andrew. En algunos sentidos, ya lo es. Lleva por lo menos veinte años sin que un miembro de la familia Martin le ordene hacer algo que él no hubiera hecho por propia voluntad. Pero si lo deseamos, podemos ordenarle cualquier cosa y expresarlo con la mayor rudeza posible, porque es una máquina y nos pertenece. -Porqué ha de seguir en esa situación, cuando nos ha servido durante tanto tiempo y tan lealmente y ha ganado tanto dinero para nosotros? No nos debe nada más; los deudores somos nosotros. Aunque se nos prohibiera legalmente someter a Andrew a una cervidumbre involuntaria, él nos serviría voluntariamente. Concederle la libertad será sólo una triquiñuela verbal, pero significaría muchísimo para él. Le daría todo y no nos costaría nada.

Por un momento pareció que el juez contenía una sonrisa.

-Entiendo su argumentación, señora Charney. Lo cierto es que a este respecto no existe una ley obligatoria ni un precedente. Sin embargo, existe el supuesto tácito de que sólo el ser humano puede gozar de libertad. Puedo establecer una nueva ley, o someterme a la decisión de un tribunal superior; pero no puedo fallar en contra de ese supuesto. Permítame interpelar al robot. ¡Andrew!

Ahora en el 2004, tendremos que pedirle a algún escritor de ciencia ficción que plantee los derechos de los robots?